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Hace algún tiempo, entre los escaparates del Plaza Vea de Jesús María escuché que una chica con uniforme de colegio le preguntaba a una compañera suya:
-¿Cómo se llama esta marca de leche?
-Soyandina.
-¡Ja, ja, ja! ¡Has dicho que eres andina! –y estalló en carcajadas. En realidad, “ser andino” sigue siendo motivo de burla y no solo entre los colegiales limeños. Recuerdo que, en la universidad, una manera de mofarse de alguien era abrazarlo el 24 de junio y decirle “¡Feliz Día!”. Para denominar a una persona tonta o incompetente se usa todavía un apellido típicamente andino: “¡Qué Huamán!”. Una expresión más reciente, que demuestra cómo muchos jóvenes reeditan el racismo de sus padres, es “¡Qué cholo!” como sinónimo de algo improvisado o poco moderno.
Lo más lamentable es cómo la propia población afectada ha interiorizado este tipo de expresiones. De hecho, la primera vez que escuché la palabra llama como ofensa a una persona andina no fue en labios de ningún limeño racista, sino entre las alumnas de un colegio religioso de Huancayo.
Las expresiones racistas no son ajenas a los medios de comunicación como ocurre en programas televisivos que se pretenden cómicos o en el diario Correo, donde un columnista suele comparar a los indígenas andinos con animales y ha señalado que a Evo Morales no se le puede declarar persona no grata, porque no es una persona, sino un indio. Inclusive estos comentarios están presentes en dirigentes políticos, como el congresista Antero Flores Araoz, quien declaró a principios de mes que era absurdo consultar a “las llamas y vicuñas” sobre un tema tan importante como el TLC.
Si el racismo en el Perú fuera solamente un asunto de expresiones ofensivas, la situación ya sería bastante grave. Sin embargo, lo más dramático es que se refleja en las políticas públicas. Por ejemplo, tres días después de su lamentable comentario, Flores Araoz consiguió que los peruanos que él considera “llamas o vicuñas” no pudieran expresarse: como presidente de la Comisión de Constitución del Congreso, votó, con otros cuatro congresistas, por rechazar el proyecto de ley en el que 100,000 personas habían solicitado al Congreso convocar un referéndum sobre el TLC.
Ellos inclusive dispusieron impedir que el pleno del Congreso debatiera el proyecto, en clara vulneración de la ley sobre iniciativas legislativas ciudadanas. La posición en favor de estas decisiones fue sustentada por Carlos Ferrero, quien, sin molestarse en argumentaciones jurídicas, se limitó a señalar que los promotores del referéndum eran personas que profesaban un odio ideológico a los Estados Unidos.
Ferrero no es tan tosco como Flores Araoz al expresarse respecto a los peruanos de ascendencia indígena, pero su percepción es aún más negativa: él ha insistido en que debe terminar la abusiva apropiación de millones de hectáreas por parte de las comunidades campesinas y nativas, impiden la inversión privada. Mientras en otros países latinoamericanos se habla de la deuda social hacia la población indígena, él plantea que a los peruanos más pobres se les despoje aún de lo poco que tienen.
Resulta paradójico que las víctimas de la exclusión, la violencia política, las esterilizaciones forzadas, las mismas personas que ni siquiera pueden obtener su DNI por falta de dinero, sean considerados como una amenaza al bienestar social. De hecho, desde Huaraz hasta San Gabán, quienes protestan contra los perniciosos efectos de esta política enfrentan la represión más brutal, incluyendo las catorce muertes ocurridas durante este régimen.
No se trata, entonces solamente de Carlos Ferrero. Muchos funcionarios públicos comparten sus percepciones, como lo han evidenciado en 16 años de una política económica que permite a una empresa minera inglesa ocupar impunemente las tierras de dos comunidades piuranas, mantiene a los niños de La Oroya a merced de la contaminación y ha dejado a 5 millones de personas al margen de los servicios de salud.
La continuidad de esta política excluyente está asegurada en buena medida por el TLC. A quienes vivieron con emoción, entusiasmo o angustia las elecciones presidenciales, habría que decirles que este tratado ata de manos a las futuras autoridades respecto a problemas ambientales o cualquier otro asunto que pueda afectar los intereses de las empresas de los Estados Unidos. Si osan tocarlas, éstas podrán acudir a tribunales arbitrales en el extranjero que deciden en sesiones secretas. Con el TLC, por ejemplo, casos como el de La Oroya serían aún más difíciles de enfrentar.
En realidad, para Ferrero, Flores Araoz o los otros congresistas que piensan aprobar este tratado, sus efectos negativos son asuntos muy lejanos, desde la contaminación minera hasta la ausencia de medicamentos genéricos. Los más perjudicados serán nuevamente los más excluidos. Ojalá en el Perú, el racismo sólo fuera cosa de bromas y no de un sistema al cual el calificativo democrático le queda demasiado grande.
WASHINGTON, jun (IPS) - En una declaración a propósito del 50 aniversario del Club de París, que reúne a 19 países ricos acreedores de naciones en desarrollo, organizaciones antideuda lo calificaron de "medieval". Pero el adjetivo "colonial" también le sienta bien. El Club de París se fundó en 1956 como grupo informal de gobiernos acreedores para el manejo colectivo de su cartera. Desde entonces, evolucionó hasta convertirse en una de las muchas herramientas de política exterior que antiguas potencias coloniales, como Gran Bretaña y Francia, usaron para mantener su influencia sobre los recursos del mundo en desarrollo. Se trata de una entre varias instituciones financieras internacionales --casi todas ellas diseñadas y dirigidas por ex potencias coloniales--, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que ayudan al Norte industrial a promover una agenda económica que mantiene la dependencia de sus antiguas colonias. La principal herramienta del Club de París en el camino hacia la maximización de sus ganancias fue la reestructura de créditos de los países en bancarrota. Desde 1983, el Club ha cubierto alrededor de 504.000 millones de dólares de créditos a docenas de países de África, Asia y América Latina, originalmente concedidos por agencias bilaterales a veces calificadas erróneamente como "de asistencia" o de crédito a las exportaciones. El grueso de esos programas correspondió a países de África subsahariana y América Latina, pero también de Asia (como Filipinas), Medio Oriente (Egipto y Jordania), y Europa central y oriental (Polonia, Yugoslavia y Bulgaria). El resultado de la reprogramación de deudas ha sido la extensión de los plazos de repago a lo largo de un periodo mayor, combinado con la introducción de intereses por mora y, en casi todos los casos, un mayor compromiso de los países pobres en la espiral de deuda. Nigeria es un ejemplo clásico. En 1985, la deuda externa del país africano era de 19.000 millones de dólares. Desde entonces, pagó a sus acreedores más de 35.000 millones y pidió prestados menos de 15.000 millones, pero su deuda pendiente a fines de 2004 ascendía a casi 36.000 millones, a causa de los intereses del Club. La reprogramación también se ha vuelto lo habitual en los programas del FMI condicionados a privatizaciones y a la liberalización del mercado, fórmula que, según los críticos, ha empeorado la situación de la deuda de los países pobres. El reservadísimo Club de París ha llegado a coordinar de manera muy estrecha sus operaciones con el FMI y el Banco Mundial. Dos presidentes del Club, Jacques de Larosière y Michel Camdessus, fueron también directores gerentes del FMI. Los miembros oficiales del Club de París son Alemania, Austria, Australia, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gran Bretaña, Holanda, Irlanda, Italia, Japón, Noruega, Rusia, Suecia y Suiza. "Las naciones ricas impusieron a las pobres, a través del FMI, el Banco Mundial y el Club de París, un prolongado estado de insustentabilidad y emergencia", advirtió la organización antideuda Eurodad, con sede en Bruselas, en una declaración a la que adhirieron docenas de otros grupos. "Como consecuencia, han impedido consistentemente y con toda intención una salida permanente de esos países de la trampa de la deuda, lo que deja a los países deudores en un estado de dominación y dependencia efectivo", añadió. El Club de París es calificado por sus propios integrantes de "no institución", a pesar de que sus representantes se reúnen más de una decena de veces al año. También es cuestionado por la falta de democracia de sus procedimientos. El Club toma sus decisiones por unanimidad, pero solo participan en él países acreedores. Los deudores deben aceptar los dictámenes en los que no tienen la más mínima intervención. "En un jurado de lobos, las gallinas siempre son culpables", según AFRODAD, una red de organizaciones no gubernamentales africanas. La política determina la mayor parte de la reformulación de las deudas que establece el Club. Uno de los ejemplos más claros fue la condonación de 80 por ciento de la deuda de Iraq tras la invasión, por presión de Estados Unidos. También cubrió 67 por ciento de la de Serbia y Montenegro y la mitad de la de Polonia, cuyos gobiernos son considerados proestadounidenses. En cambio, los países devastados por el tsunami de diciembre de 2004 recibieron apenas el beneficio de una moratoria de un año, lo cual los expuso al pago de intereses adicionales por mora en momentos de desastre. Según el no gubernamental Comité para la Abolición de la Deuda del Tercer Mundo con sede en París, estos ejemplos "reflejan los cuestionables intereses geopolíticos en juego". Otras organizaciones de la sociedad civil indicaron en sus declaraciones sobre el 50 aniversario del Club, cumplido este mes, que esta "no institución" muestra "un nivel de arbitrariedad política que desafía todo sentido común de justicia". "En el Club de París, los acreedores actúan como jueces de su propia demanda", agregaron. Estas organizaciones reclamaron por la creación de un cuerpo imparcial que supervise el proceso de manejo de la deuda internacional y que garantice que tanto la voz de los acreedores como la de los deudores sean escuchadas. En estos días, el Club de París parece preocupado de que nuevos acreedores, como Brasil y China, les espantes sus clientes y diluyan así el control de los países ricos sobre las naciones en desarrollo. Por lo tanto, invitó a estas potencias económicas emergentes a unírsele. "A medida que estos nuevos jugadores de Asia y de todas partes comienzan a asumir más responsabilidades en el sistema, deberían comenzar a apreciar la importancia de las instituciones existentes", dijo el gobernador del Banco de Israel, Stanley Fischer, ex funcionario del FMI, en un foro del Club en ocasión de su aniversario. Numerosos funcionarios que contribuyeron a aceitar el sistema económico mundial vigente se hicieron eco de estas apreciaciones. "La comunidad internacional necesita encontrar medios de comprometer a los donantes emergentes. Debe convencerles de que el financiamiento de los países de bajo ingreso debe moldearse con esfuerzos internacionales coordinados, más que con políticas nacionales independientes", dijo en ese sentido el subdirector gerente del FMI Agustín Carstens.