Jordi Bozzo Mulet
El pasado verano tuvieron lugar en el Monasterio de Poblet, a unos 40 Km de la ciudad de Tarragona, unas jornadas de estudio sobre ciencia y teología, organizadas por la Pontificia Universidad Gregoriana como curso de especialización en Ciencia y Filosofía. Dichas jornadas estuvieron centradas en la teoría de la evolución, y aunque la asistencia a las mismas requería de matrícula e inscripción, la última sesión era abierta al público en general. El título de la misma: “Pensamiento y Fe ante el Evolucionismo”.
Si bien no soy especialista en genética y evolución, aunque sí biólogo de formación, procuro mantenerme al día en los avances de estas disciplinas, y la universidad digámosle “laica” (por contraposición a la “pontificia” o religiosa) y las publicaciones científicas reconocidas han sido siempre mis fuentes de conocimiento. Considerando que dudar del evolucionismo a estas alturas de la Historia equivale a seguir afirmando que la Tierra es plana, no deja pues de asombrarme el auge experimentado los últimos años por el llamado creacionismo o teoría del “diseño inteligente”. No obstante, como a muchas otras personas, supongo, toda la información sobre estos despropósitos pseudocientíficos que me ha llegado, lo ha sido siempre indirectamente a través de medios de comunicación, y supuse que quizás estas jornadas serían una oportunidad para un encuentro en persona con sus defensores, los creacionistas. Y aunque difícilmente yo podría disuadirles de sus creencias a base de razonamientos si se llegara al caso de un debate, supuse que siempre podría ser divertido escuchar sus disparates en directo. Así pues, movido por la curiosidad, decidí acudir. Paso a detallar el desarrollo de las charlas, y ya anticipo que todas mis sospechas resultaron infundadas.
La conferencia central de la jornada se titulaba “Ciento cincuenta años desde la publicación de ‘El origen de las especies’: la evolución del darwinismo”, corriendo a cargo del profesor Massimo Stanzione de la Università degli Studi di Cassino. En ella se comentó que el darwinismo significó un auténtico desafío a las religiones reveladas, admitiendo que les ha supuesto un replanteamiento teológico profundo. Se reconoció la teoría de la evolución como una teoría científica verdadera, es decir, que cumple con todos los requisitos para serlo: no es incoherente, es un modelo ontológico, es aplicable, descriptiva, evidenciable y predictiva. Asimismo se aclaró, correctamente a mi entender, que la selección natural no es una ley natural, como puedan serlo las leyes de Newton, sino que debe definirse como un principio descriptivo universal. También se hizo hincapié en la validez actual de la teoría de la evolución, no por sí misma, sino porque como modelo es el mejor que tenemos para explicar las características que observamos en los seres vivos. Es más, se destacó que, de hecho, no existe otro modelo que sea una alternativa seria a la evolución.
A continuación se pasó a comentar aspectos del darwinismo que podían conciliarse con conceptos morales. Por ejemplo, el altruismo representa claramente una ventaja evolutiva para una especie como la humana, tan altamente socializada y con una fuerte dependencia de la herencia cultural, es decir, no transmisible genéticamente. Se criticó el uso perverso que se ha hecho del darwinismo para justificar ciertas doctrinas, como pueden ser el racismo o el marxismo, aunque reconocieron que Darwin y su teoría no pueden separarse de la época en que nacieron, mediados del siglo XIX, en la que era patente cierta pretensión de supremacía de los colonizadores europeos blancos hacia el resto de pueblos humanos. Como colofón de la conferencia se reiteró la validez biológica de la evolución, que nadie discute, tan sólo los mecanismos por los que actúa pueden ser, y de hecho son, objeto de debate y replanteamiento a medida que la genética, la biología comparada o la paleontología nos aportan nuevos conocimientos.
Tras la conferencia tuvo lugar una mesa redonda presidida por el profesor Ludovico Galleni, de la Universidad de Pisa, actuando como ponentes el ya citado profesor Massimo Stanzione y el Dr. Manuel García Doncel, catedrático emérito de Física Teórica de Partículas Elementales e Historia de las Ciencias de la Universidad Autónoma de Barcelona. En esta segunda parte de la jornada se trató del darwinismo bajo el punto de vista teológico, comentando las propuestas de diferentes filósofos y pensadores, como Teilhard de Chardin y Karl Popper, entre otros. Como piedra angular del debate, se aseguró que el teísmo no niega el evolucionismo, y es más, ni tan sólo le supone ningún obstáculo, ya que incluso puede solucionarle ciertos conflictos morales, como por ejemplo la existencia del dolor y del sufrimiento, toda vez que bajo el punto de vista evolutivo son tan sólo mecanismos adaptativos necesarios para la supervivencia, y no castigos divinos. El coloquio transcurrió con la exposición de diversos argumentos que pretendían armonizar cuestiones de la fe, no sólo con la evolución, sino con el hecho todavía más crucial de la hominización.
Sin que sea la intención de esta reseña el acabar pareciendo un panfleto divulgativo de la espiritualidad cristiana, sí que estimo oportuno comentar un poco la línea argumental seguida en la exposición, teniendo siempre en cuenta que abandonamos el campo estrictamente científico para adentrarnos en puras manifestaciones metafísicas. Así pues, la corriente principal de las disertaciones fluyó bajo la idea que identifica la evolución misma como la llamada creadora de Dios. En otras palabras, Dios creó el mundo, o su inicio, pero no acabó la obra, que aún continúa. La evolución es parte misma de la Creación, y el hombre es a su vez entidad creada y creadora, siendo su deber el mejorar la Creación que Dios inició. Las ideas del ser humano lo enriquecen, y en consecuencia enriquecen el Universo, en un efecto de trascendencia y autosuperación. La evolución sería, pues, la Creación continua, la aparición perpetua de novedad, tras la cual está siempre Dios. Se considera que la evolución no se limitaría al darwinismo, sino que se contemplaría como un concepto universal que incluye la evolución cósmica, la biológica y la humana. Entonces, la aparición de la vida sería la creación de una realidad nueva, obra de Dios, y la hominización representaría la aparición de un ser espiritual, otra realidad nueva obra de Dios. Es más, en la evolución humana estaría implicado el camino de Cristo, a través del cual Dios revela su intención. La Iglesia también busca cabida en el evolucionismo para el Espíritu Santo, considerándolo el elemento interrelacionador entre Dios y la riqueza de su Creación, el Espíritu como fuente de todo lo que es nuevo. Es muy posible que para muchos lectores todo este conjunto de pensamientos no pasen de ser simples entelequias o especulaciones sin sentido, pero ello no seria importante, el dato fundamental a destacar se encuentra en el énfasis puesto por la Iglesia para adaptar la religión a la ciencia, a los hechos, y no al revés, como pretenden los creacionistas. Como conclusión final se afirmó que la evolución, no sólo no es en ningún caso un problema para la teología, sino que le ofrece una fuente de inspiración.
Hasta aquí, pues, este resumen de las jornadas, que he creído oportuno comunicar porque de algún modo me resultó gratificante conocer de primera mano que no siempre la cuestión religiosa acaba derivando en la negación de la evidencia científica, la irracionalidad y el oscurantismo. Debo suponer que la posición de la Iglesia ante la evolución es la misma que la de la Universidad Pontificia, expuesta en esta reseña, una posición que estimo más o menos razonable, alejada de las veleidades pseudocientíficas predicadas por los creacionistas y otros extremismos del cristianismo. En tal caso, quizás podría reprocharse a la Iglesia que debería esforzarse algo más en favorecer el oportuno descrédito de la teoría del “diseño inteligente” ante la sociedad. Es más, si los creacionistas no atienden a razonamientos científicos, como es de esperar de quien niega los hechos, es posible que atiendan a argumentos teológicos para hacerles desistir de su postura.
Por otra parte, ya fuera de la reseña sobre las jornadas pero continuando con las maneras de combatir el creacionismo, quisiera mencionar una crítica letal contra los argumentos del “diseño inteligente” que en su momento leí, y procedía de un cura, precisamente. Y afirmo que la crítica era tan demoledora porque era teológica, no científica, apuntando directamente a la base misma de la fe. El señor reverendo en cuestión discurría de la siguiente manera: Dios está infinitamente por encima de la mente humana, por tanto, afirmar que podemos deducir la existencia de Dios a través de un supuesto “diseño inteligente” del Universo, significaría que Dios estaría subordinado a los simples razonamientos humanos, y poner al hombre por encima de Dios es la mayor de las blasfemias. Curioso e interesante, opino. Sería irónico que el creacionismo pudiera acabar siendo víctima de su propio fundamento.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=80726