Ignacio Ramonet • Rebelión
Trágicos fogonazos del conflicto más antiguo del planeta, las recientes hostilidades en Gaza y el Líbano atestiguan a su manera, cinco años después de los atentados del 11 de septiembre, las características del nuevo estado del mundo.
A la ONU le cuesta poner en pie la fuerza de interposición en el Líbano, mientras la política de "guerra contra el terrorismo" de Washington y sus aliados no hace más que exacerbar los conflictos; Irán lanza un desafío al Consejo de Seguridad, invitándolo a "negociaciones serias" y emergen nuevos actores, sobre todo en Asia. La injusticia social, la pobreza, las migraciones, el comercio, el medio ambiente se vuelven más apremiantes y el curso de la mundialización parece dar un vuelco.
A modo de esbozo cartográfico que ayude a ubicarse en los laberintos de la actualidad, se presentan aquí, en cuatro observaciones generales y diez breves consideraciones, algunos modestos elementos de orientación sobre el nuevo estado del mundo.
Observaciones generales
Primera: El principal fenómeno de nuestra época, la mundialización económica, no parece haber incidido directamente en estos enfrentamientos en Medio Oriente. Ni para desencadenarlos, ni para fomentarlos, ni para apaciguarlos.
Lo que confirmaría dos postulados: el carácter arcaico de esta guerra en la que se mezclan, como en el siglo XIX, conflictos territoriales, crispaciones nacionalistas y pasiones religiosas; además, el error de la ideología liberal de creer que el mero aumento de los intercambios es generador de paz.
Segunda: El hecho de que una vez más Medio Oriente concite la atención de los medios de comunicación no debe hacer olvidar la importancia estratégica de Asia, donde se juega en gran parte el destino del siglo XXI, teniendo en cuenta el creciente peso de dos gigantes, India y China. No hay que subestimar el peligro de enfrentamientos entre China y Taiwán; Corea del Norte y Japón; India y Pakistán Tampoco debe subestimarse al África Subsahariana donde, como en una olla a presión, se acumulan problemas de todo tipo (entre ellos el de la miseria extrema y los migrantes clandestinos), que acabarán explotándoles en la cara a los países ricos.
Tercera: La guerra nuclear vuelve a convertirse en una de las dos mayores amenazas que pesan sobre el mundo (la otra es la catástrofe ecológica). Israel, a quien durante los recientes combates le costó imponerse claramente por medios militares convencionales, posee armas atómicas pero, al igual que otros dos Estados nucleares rivales, Pakistán e India, no adhirió al Tratado de No Proliferación Nuclear. No lejos de este escenario, tres potencias económicas se encuentran militarmente comprometidas y sufren desengaños: Estados Unidos, Reino Unido y Rusia. Las dos primeras en Irak y Afganistán, la tercera en Chechenia. Por añadidura, la más importante alianza militar, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de la que Francia (a su vez potencia atómica) es miembro, combate también en Afganistán.
Aunque existan en otras partes peligros de conflicto nuclear en la península de Corea y el Estrecho de Taiwán la zona que se extiende desde las fronteras occidentales de India hasta el Canal de Suez concentra el arsenal más devastador de todos los tiempos. Con excepción de China, todas las grandes potencias se encuentran allí militarmente activas. Una simple chispa puede producir la deflagración Por eso, el manejo de las crisis que allí se suceden requiere una experiencia diplomática cuya clave sólo posee Naciones Unidas. Pero, tal como acaba de demostrarse en el Líbano, la ONU, en su actual configuración, sigue siendo a la vez indispensable y desesperadamente impotente frente a los grandes conflictos contemporáneos. En cuanto a la Unión Europea (UE), con su larga historia de desastres bélicos, sería el mejor de los mediadores si no siguiera siendo un enano político.
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